El Quijote es una de esas obras que consideramos clásicas,
parte de nuestro acervo literario, una referencia cultural
insoslayable, que la escuela no puede dejar de dar a conocer
a los alumnos. «La primera novela moderna», «la primera gran
novela de la literatura mundial», «el libro por excelencia
de la literatura española» y «la mejor novela del mundo» son
algunos de los epítetos que se le han aplicado. En España,
ya desde el siglo xix, la lectura del Quijote fue incluida
como contenido escolar, y se comenzaron a publicar versiones
abreviadas o adaptadas a su uso en las escuelas.[1]
A lo largo del siglo xx, a la producción editorial se sumó
la de los nuevos medios audiovisuales y electrónicos. Y en
este año en particular, en que celebramos el cuarto centenario
de la publicación de su primera parte, han proliferado nuevas
ediciones, adaptaciones, transposiciones, propuestas didácticas
y múltiples acercamientos a la obra de Cervantes dirigidos
a un público infantil o juvenil.
Como atestigua la investigación de Badanelli Rubio, y lo confirma
una somera exploración por sitios educativos de Internet que
hacen referencia al Quijote, los usos pedagógicos que
se han hecho del texto de la obra son innumerables. Se pueden
encontrar desde propuestas destinadas a la enseñanza del español
como lengua extranjera, hasta actividades para ejercitar conceptos
matemáticos, ubicar lugares geográficos o reflexionar sobre
cuestiones éticas, pasando por ejercicios de ortografía, sintaxis,
producción escrita y lectura de imágenes.
En las líneas que siguen nos concentraremos en el abordaje
del Quijote como texto literario, prescindiendo de
los usos que se planteen otros objetivos, como enseñar gramática,
redacción, música o cine, por más que —se sabe— la lectura
de buenos libros nos lleva a aprender muchas cosas a la vez
y, con frecuencia, algunas insospechadas. Ahora bien, antes
de preguntarnos cuál es la mejor manera de acercar este texto
a nuestros alumnos, será provechoso detenernos en los tópicos
que rodean la valoración de la obra, para no caer en algunas
trampas que pueden tendernos.
Algunos lugares comunes de los
que conviene desconfiar
Aunque los lugares comunes —aquellas afirmaciones ampliamente
compartidas por la comunidad— muchas veces sean ciertos, también
pueden resultar engañosos. Los aceptamos precisamente porque
son lugares comunes; los hemos oído innumerables veces
en boca de todo el mundo, y resulta difícil contradecirlos.
Pero es necesario analizar qué significan para evitar, por
ejemplo, el uso de una misma palabra o una misma frase para
expresar sentidos muy diversos e, incluso, poco convincentes.
¿Cuáles son las afirmaciones más habituales que caracterizan
al Quijote y, a la vez, proporcionan una valoración
de la obra? Que se trata de un clásico, que es universal,
que tiene algo para decirnos a todos, en cualquier época y
lugar.
Que se trata de un clásico es indudable, si por clásico
entendemos una obra valorada a lo largo de siglos, que continúa
siendo reeditada, leída, analizada, interpretada, citada.
Y en este caso, con una peculiaridad, que Francisco Ayala
explica muy bien: «para el lector actual, el protagonista
de la novela –o, mejor dicho, la pareja protagonista– posee
una existencia anterior al texto mismo».[2]
El lenguaje mismo ha cristalizado algunas palabras y expresiones
bastante comunes, como quijotismo, quijotesco,
pelear contra molinos de viento, que remiten a la obra
y contienen, encapsulado, su desarrollo narrativo.
Ahora bien, la afirmación será menos exacta si lo que se quiere
decir es que se trata de una obra atemporal, que el
hecho de que sea leída y disfrutada en diferentes épocas significa
que ha superado «los límites de su propio tiempo», de tal
modo que adquiere un carácter «universal» y «permanente».
Nada más lejos de la verdad. Un clásico, por el hecho de serlo,
no pierde su carácter histórico. El Quijote no se escribió
solo, fuera de un tiempo y un espacio. Su texto lleva en sí
las huellas del proceso de producción que le dio origen, y
el hecho de que aún hoy podamos reírnos de sus juegos de palabras
e identificarnos con algunas situaciones no implica necesariamente
que, para lectores de otros lugares o otras épocas, la historia,
sus personajes y sus episodios sigan resultando significativos.
El imaginar el Quijote flotando en una suerte de éter
intemporal y presentarlo así a nuestros alumnos puede dar
lugar a notables malentendidos. En primer lugar, nos impedirá
identificar las referencias autobiográficas e históricas,
así como reconocer la amargura que los intelectuales de la
época sentían al asistir a la pérdida del esplendor y el poder
de los que España había gozado un siglo atrás. En segundo
lugar, lo que resulta una pérdida tal vez mayor, obturará
la posibilidad de comprender el carácter paródico de la novela,
junto con la esencia de la locura del protagonista, que consiste
en volverse un personaje anacrónico y fantasioso: don Quijote
se cree un caballero andante, un personaje de las ficciones
caballerescas que ha leído y habla como tal, con un lenguaje
arcaico que no corresponde a la época en que Cervantes escribió
su novela. Sin estas referencias, estamos violentando la historia
y a sus personajes. No es cierto que todas las épocas sean
iguales, que la Odisea de Homero sea lo mismo que el
Ulises de Joyce —y, mucho menos, que la Odisea del
espacio—, que el reclamo del robot Andrew Martin —protagonista
de El hombre bicentenario, de Isaac Asimov— de ser
declarado humano sea análogo al deseo de don Quijote de ser
armado caballero. O en todo caso, se trata de comparaciones
que no nos permiten avanzar mucho en la comprensión de la
novela.
El contexto que debemos conocer
¿Quiere decir esto que no es posible disfrutar de la lectura
del Quijote hasta no conocer en profundidad el período
en que fue concebido? De ningún modo. Pero algunas referencias
básicas permitirán multiplicar los sentidos que se pueden
leer en la obra y, por lo tanto, alcanzar una mayor comprensión
del texto y disfrutarlo más.
El período en que vivió Cervantes —y en el que se sitúa don
Quijote— es interesantísimo y lleno de acontecimientos significativos
para la historia de España y de América, y la propia biografía
de Cervantes, cargada de aventuras que podrían parecer de
ficción, se entrelaza con algunos hechos históricos clave.
Cervantes nació en 1547, durante el reinado de Carlos I, y
murió en 1616, mientras reinaba Felipe III. Vivió, entonces,
el apogeo del imperio español y el comienzo de su debilitamiento.
Participó en la batalla de Lepanto, como parte de la armada
al mando de Juan de Austria, y estuvo cinco años cautivo en
Argel. Fue proveedor de las galeras reales, para la expedición
de la Armada Invencible contra Inglaterra, de resultado desastroso
para España. En 1597 estuvo preso por deudas durante tres
meses, período en el que se supone comenzó a idear el Quijote.
La cantidad y la complejidad de información que pueda proveerse
a los alumnos —así como el modo que el docente elija para
que accedan a ella— dependerá, por supuesto, de la edad y
el nivel que están atravesando. El momento en que se introduzca
la información dependerá también de la evaluación que el docente
haga del interés del grupo. No es necesario estudiar el contexto
histórico antes de la primera lectura de la obra, ni conviene
presentarlo como un mero marco en el que la obra queda inscripta.
Antes bien, es un buen ejercicio ir del texto al contexto
y volver al texto, de acuerdo con las exigencias que plantee
la lectura.
En los niveles inferiores, el docente podrá introducir la
narración de algunos episodios históricos o de la vida de
Cervantes. En los niveles superiores, les puede pedir a sus
alumnos que ellos mismos investiguen para obtener información,
pero siempre será necesario vincular en clase, entre todos,
los datos del contexto histórico con sus huellas en la obra.
Y, por supuesto, el docente debe haber investigado antes,
por su parte, para contar con la información que espera que
los alumnos traigan a clase, para poder seleccionar los datos
más significativos y no dejar de lado nada importante.
Las adaptaciones: criterios para
la selección
El texto original del Quijote es de una complejidad
que hace difícil ofrecérselo a los alumnos de los niveles
inferiores. Se hace necesario, entonces, elegir una buena
adaptación. Como las hay de diverso tipo, convendrá tener
presentes algunos criterios para la selección. En principio,
se podría decir que una buena adaptación del Quijote
no debe alterar sustantivamente la historia —aun cuando, necesariamente,
deba omitir o resumir muchos episodios— ni modificar el carácter
de los personajes. El Quijote es, como ha señalado
la crítica, una novela de personaje, y es importante
que las adaptaciones del texto reserven espacio suficiente
para desarrollar la caracterización de los personajes tal
como ha sido construida en la obra original. Finalmente, el
lenguaje empleado no debería perder su impronta cervantina.
Éste es un punto harto complicado, veamos algunos de sus aspectos.
- El Quijote despliega una compleja polifonía, dado
que, por una parte, es una novela realista en la que —según
el principio del decoro— cada personaje habla de
acuerdo con su origen, su condición social y su temperamento;
por otra, porque contiene referencias a diversos géneros
literarios de la época y retoma los rasgos, los tópicos
y el estilo propios de cada uno: esto es particularmente
notable para el caso de las novelas de caballerías y la
novela pastoril, que aparece representada en varios de los
relatos intercalados.
- La comicidad propia de la obra se basa en gran medida
sobre el uso del lenguaje: las prevaricaciones de Sancho
(presonaje por personaje, o litado
por dictado), el abuso del refranero, las paronomasias
(despenar-despeñar, consumido-consumado,
tanda-tunda), las dilogias (la más cruda
y la más asada señora) y el uso de la hipérbole y la
litote (¿Leoncitos a mí?) son resortes humorísticos
poderosos, que habría que tratar de no perder.
- Se ha señalado también la presencia del lenguaje conjetural,
en estrecha correspondencia con la imagen de una realidad
ambigua: se destacan, en este sentido, el uso del verbo
parecer, el auxiliar deber de, el futuro y
el condicional con valor modal, construcciones u oraciones
comparativas encabezadas por como y por como si.[3]
- En una versión destinada a los más pequeños, no es posible
conservar la compleja sintaxis arcaizante empleada por don
Quijote ni la artificiosa retórica de la literatura pastoril,
porque el texto resultaría incomprensible para su destinatario.
Sin embargo, tampoco sería adecuado aplanar las diferencias:
un moderado contraste de estilos, con la aparición de algunos
arcaísmos que les llamen la atención a los niños, y sobre
los que el maestro se podrá detener, puede funcionar como
una auténtica adaptación. También es importante que las
adaptaciones conserven, en lo posible, los juegos de palabras
del original y el tono conjetural.
Con los alumnos mayores se podrán trabajar algunos capítulos
del texto original, preferentemente en una edición con anotaciones
que apunten a facilitar la lectura y reduzcan al mínimo las
disquisiciones filológicas.
Un ejemplo: análisis y comentario
del episodio de los molinos de viento
Probablemente el episodio más conocido del Quijote
sea el de su fallida batalla contra los molinos de viento,
que se extiende por unas dos páginas del capítulo viii de
la primera parte. Su brevedad y su carácter principalmente
dialógico lo hace apto para ser leído en voz alta en clase
y ser analizado en profundidad. En él convergen elementos
que permiten caracterizar la estructura de la obra, su carácter
paródico, los rasgos básicos de la pareja protagónica y el
lenguaje utilizado.
Si éste es el primer episodio de la obra que se lee con los
alumnos, será conveniente contextualizarlo: presentar al protagonista,
contar cómo llegó a la locura a causa de su afición por los
libros de caballerías y referirse a las características de
este género, para poder comprender el sentido de la parodia
que atraviesa toda la primera parte del Quijote y este
episodio en particular.
Martín de Riquer distingue tres géneros literarios a los que
dio lugar la institución de la caballería andante: la biografía
del caballero (como el Victorial, o biografía de don
Pero Niño), la novela caballeresca (como el Tirant lo Blanch)
y los libros de caballerías (como el Lancelot).[4]
La principal diferencia entre las novelas caballerescas y
los libros de caballerías reside en la verosimilitud: mientras
que, en las novelas del primer grupo, tanto el protagonista
como la trama, a pesar de ser ficticios, se adecuan en forma
verosímil a los caballeros andantes del siglo xv y a sus empresas,
las del segundo grupo son obras fantasiosas, que transcurren
en tierras exóticas en un pasado remoto, con la fuerte presencia
de elementos maravillosos, tales como dragones, enanos, gigantes,
magos encantadores y una exagerada fuerza de los caballeros.
Es este último género el que Cervantes critica y parodia,
sobre todo, en la primera parte de su obra.
Esta primera parte del Quijote, publicada en 1605,
se caracteriza por tener la estructura de los libros de caballerías:
forma abierta, carácter itinerante, la figura del caballero
como centro y la acumulación de aventuras sin orden lógico.
A esto se añade el lenguaje arcaizante que emplea don Quijote,
que imita el de este género.
El episodio de los molinos de viento, efectivamente, se abre
con la pareja de don Quijote y su escudero marchando sin rumbo
por los campos de Montiel, donde descubren una serie de molinos
de viento que don Quijote toma por gigantes. La parodia reside
aquí, entonces, en la presentación de una situación típica
de los libros de caballerías —el enfrentamiento del caballero
con temibles gigantes—, pero tergiversada por la locura del
protagonista, que no ve lo que sus sentidos le indican sino
lo que su fe en los libros que ha leído le dice que debería
suceder. Que los molinos son reales y los gigantes una invención
de la fantasía de don Quijote es una evidencia subrayada por
la voz del narrador, cuya presencia guía al lector para interpretar
unívocamente el episodio:
«En esto, descubrieron treinta o
cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo...»
«Levantose en esto un poco de viento, y las grandes aspas
comenzaron a moverse...»
La parodia se observa también en el uso arcaizante del
lenguaje que hace don Quijote:
«—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que
un solo caballero es el que os acomete.» |
En este episodio, Sancho Panza, como contracara de su señor,
representa la cordura y el buen sentido. Es él quien le va
advirtiendo a su amo que lo que él cree gigantes son en realidad
molinos, y los supuestos grandes brazos, las aspas que giran.
Pero don Quijote, fiel al género en el que cree, interpreta
su derrota como producto del encantamiento del sabio Frestón,
que terminó por transformar los gigantes en molinos.
El fragmento contiene, además, algunos elementos léxicos cuya
forma o significado han cambiado entre el siglo xvii y la
actualidad, y sobre los que convendrá llamar la atención de
los alumnos: como ejemplo del primer grupo, se encuentra felice
—por feliz—; como ejemplos del segundo, suceso —con
el sentido de éxito— o pasajero —con el sentido
de transitado—. Contiene, también, algunos términos
que ya no se utilizan, como despaldado («con la espalda
dañada»). Como rasgo característico del lenguaje barroco,
muy recurrente en Cervantes, aparece la duplicación de adjetivos
con sentido similar o aproximado: fiera y desigual batalla,
cobardes y viles criaturas.
Una vez leído el episodio, se puede volver sobre el título
del capítulo —«Del buen suceso que el valeroso don Quijote
tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos
de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación»—
para destacar su estructura polifónica: es el narrador el
que se hace cargo de nombrar como molinos de viento
lo que para don Quijote son gigantes, pero es el punto de
vista de don Quijote el adoptado para considerarse a sí mismo
valeroso, y calificar de espantable y jamás imaginada
a la aventura vivida. Por otra parte, la inclusión de
la frase el buen suceso es por completo irónica.
Evidentemente, el Quijote es una obra inagotable en
el tiempo escolar, y es deseable que no se agote —y mucho
menos que agote a los alumnos—, sino que, por el contrario,
les despierte deseos de leer otros episodios, otros capítulos,
otros libros de Cervantes y de otros autores de la época,
y de ver películas y otras transposiciones basadas sobre la
obra. Ésta es la aspiración de todo docente cuando da a leer
a sus alumnos los textos que ama, sus propios clásicos,
como diría Ítalo Calvino. Pero aun si esto no ocurre, si la
mayor parte de nuestro curso no manifiesta entusiasmo por
la pequeña muestra que le ofrecemos ni por seguir profundizando
en la lectura de Cervantes, no deberemos desilusionarnos todavía:
las formas en que los libros actúan sobre los lectores son
diversas y no podemos saber cómo operará, en el futuro, el
episodio de los molinos de viento en la forma de ver el mundo
de quienes hoy son nuestros alumnos.
Mariana Podetti
Licenciada en Letras
Docente universitaria
Notas
[1] Puede consultarse, al respecto, la investigación
de Ana María Badanelli Rubio, Universidad Nacional de Educación
a Distancia (Madrid), Centro de investigación MANES (Manuales
escolares). La exposición virtual El Quijote en la escuela
está disponible en el portal de Internet del centro, en
http://www.uned.es/manesvirtual/ExpoTema/MontajeQuijote/quijotes01.html
[2] Y continúa: «Don Quijote y Sancho constituyen
ante él, en efecto, dos presencias inmediatas, dos seres ficticios
de quienes ha oído hablar antes que hubiera pensado siquiera
a ponerse a leer su historia, dos hombres cuya imagen ha visto
reproducida muchas veces, cuyo carácter le es familiar, y
algunos de cuyos hechos le han sido referidos o conoce como
proverbiales.» «La invención del “Quijote”», ensayo publicado
en la revista Realidad e incluido en Don Quijote
de la Mancha, edición del IV centenario de la Real Academia
Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española,
Santillana, 2004, p. xxix.
[3] Este análisis se puede encontrar en el estudio
preliminar de Celina Sabor de Cortázar a El ingenioso hidalgo
don Quijote de la Mancha, editado por Kapelusz, en Buenos
Aires, en 1973.
[4] Martín de Riquer, «Cervantes y el “Quijote”»,
ensayo incluido en la edición del Quijote de la Real
Academia Española, ob. cit. en la nota 2, pp. xlv-lxxv.
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